Marco Antonio Gutiérrez tenía poco más de treinta años cuando vio cómo el humedal de Santa Julia empezaba a morir.
El agua se cubría de desmonte, los camiones descargaban basura sin control y el aire se volvía pesado. Nadie parecía mirar ese espacio escondido entre los arenales: era, simplemente, un botadero más. Un día, cansado del abandono, él decidió actuar y lo que parecía un gesto pequeño se convirtió, con el tiempo, en un acto de resistencia.
Rodeado por los asentamientos humanos Santa Julia, Jesús de Nazareth y Nuevo Horizonte y por el parque ecológico municipal Kurt Beer, este humedal es un oasis de vida en medio del concreto y funciona como un sistema de drenaje pluvial natural, pero su valor trasciende lo funcional: es refugio, punto de anidación y fuente de alimento para más de 90 especies de aves —residentes y migratorias— distribuidas en 35 familias.
Entre su avifauna destacan siete especies endémicas tumbesinas y, de manera crucial, algunas catalogadas en peligro, como la emblemática Cortarrama Peruana (Phytotoma raimondii), un ave endémica de la costa norte que lucha por sobrevivir. El ecosistema, dominado por la totora y el junco, no solo alberga vida: la protege. Actúa como un pulmón natural que regula el microclima local y mantiene viva una esperanza verde en medio de la expansión urbana.
Salvar un ecosistema no depende solo de un decreto ni de la voluntad de sus habitantes. La verdadera resistencia —esa que sobrevive al abandono y al polvo— nace cuando la ley y la comunidad aprenden a escucharse. En el árido corazón de Piura, un humedal que alguna vez fue botadero renace como modelo de gestión sostenible gracias al encuentro entre dos fuerzas que rara vez coinciden: la protección oficial y el tejido humano que se niega a rendirse. Esta es la historia de cómo ambos aprendieron a respirar al mismo tiempo.
Las heridas del abandono
Durante años, Santa Julia fue un espacio degradado. La acumulación de residuos, las invasiones y la extracción indiscriminada de totora amenazaron su existencia. Las aguas estancadas y el descuido transformaron el humedal en un foco de contaminación e inseguridad.
Según el Ministerio del Ambiente (MINAM), el Perú cuenta con más de 18 millones de hectáreas de humedales, y 14 de ellos están reconocidos como de importancia internacional bajo la Convención de Ramsar. Sin embargo, al menos 11 de esos 14 sitios enfrentan amenazas severas como la expansión urbana, las concesiones extractivas y los residuos sólidos.
De los humedales identificados en el país, solo uno —el de Santa Julia— se encuentra en plena ciudad de Piura, formado naturalmente tras las lluvias de 1983, sobre un antiguo terreno de horneras donde se fabricaban ladrillos. La tierra arcillosa impidió que el agua se filtrara y, con el tiempo, la zona se convirtió en una gran laguna.
La ausencia de gestión y la expansión urbana provocaron una degradación progresiva: el humedal fue usado como botadero de basura, desmonte y aguas de los drenes cercanos. A pesar de ello, algunos vecinos comenzaron a notar que, incluso en las peores condiciones, la laguna seguía viva. Entre ellos estaba Marco Gutierrez, quien – junto a otros voluntarios – empezó a organizar jornadas de limpieza.
Fue entonces cuando un grupo de universitarios se interesó por las aves que regresaban tímidamente a la zona. Su presencia confirmó lo que él ya intuía: aquel lodazal era, en realidad, un refugio natural que merecía ser defendido.

Para el biólogo Frank Edinson Suárez Pingo, especialista en Biodiversidad del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP), los humedales urbanos son vitales. “Son hábitats críticos donde muchas especies se reproducen y descansan. En Santa Julia hay más de 120 especies de aves que se refugian ahí”, señala. También recuerda que estos ecosistemas “funcionan como los aires acondicionados de las ciudades: regulan el clima, reducen el calor y previenen inundaciones. Si no existieran, la ciudad se inundaría mucho más”.
Además de su valor ecológico, Suárez resalta su potencial económico y social. “Si se impulsa la observación de aves, los jóvenes pueden formarse como guías, los visitantes comer en lugares cercanos. Eso genera ingresos y motiva a cuidarlo”, dice.
El punto de inflexión llegó en 2018, cuando el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR), junto con el Gobierno Regional de Piura y la Municipalidad Distrital de Veintiséis de Octubre, inició las evaluaciones para incorporar el humedal a la Lista Sectorial de Ecosistemas Frágiles.
El reconocimiento fue oficializado en 2019, mediante la Resolución de Dirección Ejecutiva N.º 072-2019-MINAGRI-SERFOR-DE, otorgando al humedal una protección legal que garantiza su gestión sostenible y el aprovechamiento responsable de sus recursos.
A partir de ello, se impulsó una Declaratoria de Manejo (DEMA) que otorga valor agregado a la vegetación acuática emergente. Las cosechadoras deben aplicar buenas prácticas de manejo sostenible y, mediante la emisión de Guías de Transporte Forestal (GTF), pueden integrarse a una cadena productiva más amplia y acceder a acuerdos comerciales más justos para la venta de la totora.
“El permiso es una herramienta de cambio”, señala Gutiérrez Pulache, titular de la autorización de manejo. “Nos permite trabajar tranquilos, con respaldo, y demostrar que el desarrollo también puede ser sostenible”.
La medida abrió paso a un modelo innovador de manejo sostenible, donde la conservación y la economía local se entrelazan.
Las voces de la totora
Para Marco Gutiérrez, su historia y la del humedal Santa Julia están entrelazadas. Ambos resistieron el abandono, el polvo y las miradas que no veían valor en ellos. “Soy una de las personas que se fajó y se puso en contra de la misma municipalidad distrital y del gobierno regional. Quisieron usarlo como un centro de acopio y me opuse junto con amigos voluntarios y ONG”, recuerda. Cada vez que observa regresar a las garzas y gallaretas, siente que valió la pena luchar. “Cuando vuelven, es como si el humedal respirara otra vez”, dice.
Aunque el humedal había nacido de forma natural, durante años fue ignorado y dejado a su suerte. Sin embargo algunos se negaron a verlo morir. Fue recién entonces, en esta etapa de defensa y organización, que Marco contactó a un grupo de mujeres cosechadoras y tejedoras para dar valor al junco y la totora. Un día, mientras conversaba con ellas, Marco supo que ganaban muy poco por su trabajo. No tenían guías de transporte ni documentos que validaran su oficio. “Eso me dolió”, confiesa. Fue entonces cuando decidió apostar por la formalización y el manejo sostenible del junco y la totora.
Su meta desde entonces ha sido clara: que el humedal no solo se conserve, sino que también alimente dignamente a quienes lo cuidan.
Hoy, gracias a ese esfuerzo, la totora tiene un nuevo valor. Puede venderse a mejor precio a las tejedoras de Catacaos, y las artesanas —como Hilda— sueñan con ver sus productos llegar al mercado nacional e incluso al extranjero. “Nosotras no solo tejemos” —dice Hilda, mientras muestra una cartera de tonos tierra.
La declaración de Santa Julia como ecosistema frágil marcó un antes y un después: permitió que el municipio aprobara una ordenanza de protección y abrió puertas en el gobierno central y en diversas organizaciones no gubernamentales. Por primera vez, el humedal dejó de verse como un terreno baldío para ser reconocido como un corazón verde en medio del desierto urbano.
Detrás de ese cambio hay una comunidad que no se rinde. Hombres y mujeres que vieron belleza donde otros solo veían fango. Marco Antonio —a quien muchos llaman el guardián del humedal— lleva más de una década convencido de que la conservación solo tiene sentido cuando mejora la vida de las personas.
Tejido del cambio
En medio del agua y la totora crecen las fibras que sostienen el trabajo de mujeres de La Arena y Catacaos. Marco Gutiérrez las organiza en dos grupos: cosechadoras y tejedoras. “Las señoras de La Arena se encargan de extraer el junco y la totora; las de Catacaos, de transformarlos en carteras, canastas o lámparas”, explica.
La organización nació del compromiso de dar valor al trabajo de las mujeres. “Yo las quería formalizar, que ellas empiecen a trabajar sus productos y darles el valor que merecen. Antes de esto tuve el apoyo de la minera Río Blanco, que me ayudó a sacar la documentación para la declaratoria de manejo”, cuenta.
El trabajo se realiza con método y respeto. “Hacemos una extracción sostenible. Empezamos por las zonas maduras y dejamos que el resto se regenere”, detalla Marco.
Eudocia Chunga Ruiz, una de las cosechadoras, lo explica con serenidad: “Cuando el junco está verde y finito, no se puede cortar. Esperamos a que madure, lo limpiamos, lo extendemos al sol y luego hacemos los haces.” A su lado, Felicita Zapata, con voz cansada, agrega: “Cuando ya no tiene semilla, está maduro. Lo segamos, lo tendemos ahí mismo y lo dejamos secar. Cosechamos dos veces al año.”


Hoy, ese conocimiento ancestral se une con una herramienta moderna: la Declaratoria de Manejo (DEMA) otorgada por el SERFOR. Marco la considera una conquista colectiva. “Esta es una herramienta de cambio. Nos permite trabajar tranquilos, con respaldo, y demostrar que el desarrollo también puede ser sostenible.”
Gracias a la DEMA, la cosecha tiene trazabilidad y valor agregado. Las Guías de Transporte Forestal (GTF) abren la puerta a mercados más amplios y a acuerdos más justos para las artesanas. La formalización no solo legitima su oficio, también les devuelve el orgullo.
Un modelo de gestión que trasciende
El esfuerzo por conservar el humedal Santa Julia ha comenzado a recibir reconocimiento a nivel nacional. En octubre de 2025, el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor), del Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego, otorgó un reconocimiento a la Municipalidad Distrital Veintiséis de Octubre por su compromiso en la gestión sostenible de este ecosistema frágil, el único de su tipo en Piura que cuenta con un modelo de gestión integral y participativo.
Erasmo Otárola Acevedo, director ejecutivo del Serfor, destacó que Santa Julia representa “un modelo de gestión que se está construyendo junto a otros dos ecosistemas frágiles del país, donde la participación de la municipalidad es fundamental para lograr su sostenibilidad mediante actividades que beneficien a las poblaciones locales”.
A pesar de los avances, Santa Julia sigue enfrentando desafíos que ponen a prueba su resiliencia. Los intentos de invasión persisten, las variaciones en el régimen hídrico amenazan la regeneración natural de la totora y el junco, y aún no existe un monitoreo biológico sostenido que permita evaluar el impacto real sobre la biodiversidad.
En el plano económico, la cadena de valor artesanal todavía necesita fortalecerse. Las cosechadoras y tejedoras buscan acceder a mercados nacionales e internacionales sin que el aumento de la demanda ponga en riesgo el equilibrio del ecosistema.


Para enfrentar estas limitaciones, la Mesa Territorial para la Gestión Integral del Ecosistema Frágil Santa Julia —integrada por la municipalidad, el SERFOR Piura y la Dirección Regional de Agricultura— ha trazado una hoja de ruta. Entre las acciones estratégicas destacan la creación de un Comité de Vigilancia, liderado conjuntamente por la DRA Piura y el municipio, con participación activa de las juntas vecinales del entorno. Además, se proyecta la construcción de un mirador de aves elaborado con bambú y la instalación de hitos perimétricos con apoyo técnico del Instituto Geográfico Nacional (IGN), para delimitar y proteger el área.
Lo que necesita Santa Julia para sobrevivir
Desde su experiencia, Marco Antonio tiene claro lo que el humedal necesita: continuidad. “Que las autoridades sigan pidiendo partidas cada año para que se mantenga. Que no dejen que caiga”, pide.
Su sueño es que las nuevas generaciones lo continúen. “Van a encontrar ya un cimiento, un mirador, un espacio de vigilancia y observación de aves. Solo deben desarrollarlo más”, dice.
Mientras tanto, continúa trabajando con las cosechadoras y tejedoras. “Nuestro proyecto recién empieza. Ellas quieren aprender a tejer, pero falta financiamiento. Estoy buscando apoyo para continuar capacitándolas”, cuenta.
Santa Julia es, en esencia, una lección sobre cómo la naturaleza y las personas pueden reconstruirse juntas. Su historia recuerda que los cambios duraderos no se imponen desde arriba: se tejen desde lo local, desde quienes deciden cuidar lo que otros dieron por perdido.
Y mientras sus aguas sigan reflejando el vuelo de las aves, el humedal seguirá siendo más que un refugio verde: será la prueba de que, incluso en el desierto, la vida encuentra la manera de renacer.
Este reportaje se realizó con el apoyo de Earth Journalism Network, a través del Fondo para el Periodismo de Soluciones en Latinoamérica, una iniciativa de El Colectivo 506. El reportaje se publicó en colaboración entre Norte Sostenible y El Colectivo 506 en noviembre del 2025