Gabriel, ¿cuál es la situación actual que se vive en tu país?
Estamos a las puertas del inicio del segundo mandato del presidente Nayib Bukele, quien ha sido cuestionado por su candidatura, al parecer, inconstitucional. Su primer mandato se caracterizó por ignorar completamente a la Sala Constitucional, ignorar diversas leyes y la Constitución misma. Su candidatura es plenamente inconstitucional, en el sentido de que en el país existen artículos muy explícitos en la Constitución que prohíben la reelección. Pero dado que él y sus diputados pusieron magistrados en la Sala y al Fiscal General hicieron la movida necesaria para que la sala impuesta por él torciera algunos artículos y permitiera su reelección.
Estamos en una situación en la que los rasgos autocráticos vistos se agravarán. Habrá menos rendición de cuentas, menos pesos y contra pesos, menos posibilidad de fiscalizar el poder. Y no hablo solo de la dificultades que tendrá la prensa, sino que la ciudadanía en general verá mermada su capacidad de influencia. Porque la ley de acceso a información pública ya está desmantelada. Se está persiguiendo a los disidentes. Cualquier cuestionamiento o petición de explicaciones se ve como una amenaza por parte del gobierno y se está persiguiendo, por ejemplo a los que filtran información, a los empleados que están adentro y no están conformes con lo que viene ocurriendo.
¿Qué otros rasgos caracterizan el gobierno de Bukele?
Hay mucha autocensura. Hay un régimen de excepción, aprobado en marzo de 2022, que elimina tres o cuatro garantías constitucionales. Una de ellas es la privacidad de las comunicaciones, otra es el derecho a tener un defensor público. Si te detienen, por ejemplo, el derecho a que se sepa por qué te detienen está eliminado. Hay una serie de condiciones que permiten el ejercicio del poder de manera autocrática.
¿Cómo llegaron ustedes a este punto, es decir, cómo emerge una figura como Bukele en este contexto latinoamericano?
Bukele lleva más de 10 años en política. Pero, lo que lo ha hecho mundialmente famoso es su pretendida guerra contra las pandillas. Antes de eso era, en realidad, un personaje más bien exótico, que comenzó a resonar por sus afectaciones o por su violaciones a los derechos humanos. ¿Cómo emerge? El caldo de cultivo es la desesperanza de la gente y esa sensación de que la política no sirve para nada. Porque gobiernos tras gobierno llegan y los problemas persisten: la delincuencia, la falta de empleo, la falta de desarrollo económico. Todo esto persiste e, históricamente, nunca se soluciona.
Se prueban recetas de distinto tipo, de distinto color, de distinto sabor, de izquierda, de derecha. Y cuando nada funciona, entonces llega el mecánico todopoderoso, el que dice “yo sí voy a resolver el problema”; y el problema es olvidarnos de todo y comenzar de cero a construir la nueva historia. Son dos factores: la ciudadanía desesperanzada y que tenga un chip muy de secta religiosa en su mente. La comunicación del gobierno de Bukele apela a que la gente crea a ciegas las cosas.
¿Sientes que lo ven como un “Mesías”?
Sí, pero no por algo orgánico. La gente lo ve así porque ha diseñado una estrategia de comunicación así, sencilla, cercana, en la que habla de cómo solucionar problemas que parecen muy intrincados. Entonces, cuando el ambiente está todo convulso y polarizado, surge una figura así, qué es lo que está pasando acá en Perú.
Exacto, ¿te parece que en Perú tenemos ese escenario perfecto, para que emerja un Bukele, que puede ser Antauro Humala, por ejemplo?
Sí, me parece que es el caldo de cultivo que cualquier populista puede aprovechar y, además, ustedes tienen el antecedente de Alberto Fujimori. Mucha gente podrá estar de acuerdo con lo que hizo Alberto Fujimori en cuanto al combate con el terrorismo; y pueden estar de acuerdo con la idea de que los derechos humanos había que eliminarlos porque solo así se podía acabar con Sendero. Entonces, con ese discurso resonando en la cabeza, este militar que mencionas [Antauro Humala] puede hablar y glorificar ese pasado y puede decir: “eso necesitamos” y habrá gente que lo crea. Lo que ocurre es que se termina gobernando solo con una parte de la población.
Bukele ganó la elección en 2019, la volvió a ganar en 2024, pero cuando ve las estadísticas o los números de la gente que votó por Bukele es menos de la mitad de la población que podía votar. No es la gran figura popular electoral, que levanta masas y despierta a los muertos para que vayan a votar. Bukele elige gobernar con una parte de la población que está dispuesta a sacrificar las libertades a cambio de que se le dé seguridad.
¿En El Salvador qué pasa, o cómo reaccionan las familias de inocentes detenidos por el gobierno de Bukele?
Podrá sonar muy loco, pero esta gente ama a Bukele. Es increíble, o sea, les detienen a sus familiares, a sus hermanos, a sus padres, a sus hijos, y muchos de ellos creen que es un error fortuito, que el presidente no se ha dado cuenta que está deteniendo gente inocente, pero qué bien que lo hace por el país, eso dicen.
Hay una gran disonancia cognitiva, o sea, hay una gran confusión en el ambiente, pero la fe de la gente está en una persona. Y si esa persona dice que el cielo está morado, la gente lo cree. Todos conocemos gente inocente que está detenida. Los cálculos de ciertas organizaciones de derechos humanos hablan de, por lo menos, 21,000 personas inocentes detenidas y no relacionadas a grupos criminales. El propio gobierno aceptó que había 7,000 personas inocentes, que fueron capturados por error y fueron sacados de las cárceles. Estamos hablando de unas 15,000 personas encarceladas y, muchas de ellas, han muerto, 250 murieron.
Hay una clara violación a los derechos humanos fundamentales
Si, en El Salvador tienes que demostrar tu inocencia, cuando debería ser al revés: que te prueben tu culpabilidad. Si te detienen, debes demostrar que eres inocente. A muchas familias les toca asumir la carga de la prueba y conseguir certificados de trabajo, demostrarle al sistema que no tienes relación con las pandillas. En la actualidad, tenemos la tasa más alta de encarcelamiento del mundo: 1 ó 2% de la población está presa.
En ese contexto, ¿qué rol juega el periodismo independiente, qué le queda al periodismo?
Toca, a veces, hacer periodismo contra lo que quiere la gente, lo decía en la ponencia. A la gente no le gusta cuando se cuestiona al político más popular, y sin embargo, toca hacer eso. Es decir, nadie en su sano juicio se va a montar en un autobús y va a pedirle al chofer que cierre la ventana y no pueda ver por dónde avanza, si se desvía, etc. Pero en El Salvador la gente cree ciegamente en ese chofer [Bukele].
¿Y cuando el periodismo le quita ese velo a la gente?
Bueno, la gente se está enojando con los periodistas. Hay una dinámica de pugna por la credibilidad, los periodistas tenemos que recuperar la credibilidad y, para eso, tenemos que ser relevantes, acercándonos más a sus territorios. Si los periodistas se quedan en el centro, en la capital, hablando de cosas no relevantes para la población, no nos van a creer. Pero si empiezas a hablar de los problemas regionales, locales, y los explicas, sus conexiones macro y nacionales, entonces la gente abre los ojos y dice “wow, este periodista me da información de utilidad”. Entonces, cuando tú le hablas de que hay un deterioro democrático, te va a creer. Pero ahora mismo los periodistas queremos que la gente nos crea cuando hay un deterioro democrático.
¿Cómo nos protegemos del acoso y la persecución del Gobierno?
Para ello, lastimosamente, hay que dedicar recursos, y muchos periodistas regionales no tienen esa posibilidad. Por eso es importante articular comunicación con asociaciones, como los gremios o asociaciones de periodistas, las relatorías de la ONU o de la OEA. También en casos delicados siempre hay que consultar con asesoría legal, un abogado de confianza.
Hay muchos periodistas que han tenido que salir de tu país porque eran perseguidos.
Entre 2022 y 2023, unos 20 periodistas tuvieron que salir permanente o temporalmente del país. De esos 20, me parece que hay cinco que están afuera permanentemente; el resto fueron salidas temporales.
¿Por qué la gente es capaz de sacrificar la democracia por un régimen autoritario?
Para ellos es fácil, porque argumentan que la democracia nunca les dio nada. Suena terrible, pero la gente está dispuesta, en su desesperación, a entregar las libertades individuales. Y ningún desarrollo, en ningún país, es sostenible sin el respeto a las libertades. Pero si la gente permite que una sola persona decida por todos, estamos perdidos. La democracia no es algo que ocurre una vez cada cuatro años cuando vamos a votar, sino que es un ejercicio permanente. La gente tiene derecho a la comida, a una alimentación balanceada, parte de esa dieta es información para empoderarse, para poder decirle; “oye presidente, quiero que gobiernen de esta manera”. Y por eso es importante la información de calidad que debemos ofrecer los periodistas.
Foto abridora: Alonso López/ Idea Internacional