Norte Sostenible

Empatía para un mundo mejor

Por Tatiana Zuazo, coordinadora académica senior de la Universidad Tecnológica del Perú

A veces no entendemos las diversas situaciones que atravesamos: el despido de un trabajo, el fallecimiento de un ser querido, una ruptura amorosa, un accidente, una enfermedad. En fin: circunstancias que nos parecen el fin del mundo y de nuestro mundo, donde aplicar el método japonés kintsugi [reparar las partes rotas] resulta casi imposible.

Hace poco atravesé una situación complicada y sentí que se me acababa el mundo, mi mundo. No obstante, mirando en perspectiva ahora puedo extraer varias lecciones. En primer lugar, la importancia de la empatía entre nosotros. Se trata de una cualidad humana tan vital para conectarnos con los demás que, sin embargo, parece estar desvaneciéndose en los intersticios de nuestra sociedad moderna. En un mundo cada vez más inmerso en la tecnología y la rapidez, la capacidad de comprender y compartir los sentimientos de otros ante situaciones difíciles o fortuitas parece olvidada. 

La falta de empatía, lamentablemente, se ha convertido en una característica preocupante de nuestro tiempo. Una de las áreas donde se hace más evidente es cuando nos enfrentamos a situaciones desafiantes o a tragedias inesperadas que afectan a quienes nos rodean. En lugar de ofrecer un hombro en el que apoyarse o mostrar comprensión, a menudo optamos por la indiferencia o, peor aún, por el juicio rápido y la crítica insensible. La carencia de empatía se nota, incluso, en personas cercanas como familiares, amigos, pareja, hijos, profesionales, etc. 

Que atravesemos una temporada de “mala racha” nos lleva a comprender a otros que pasan por situaciones similares.

Otra lección que me queda es la capacidad de autosabotearnos. Es increíble la infinidad de preguntas que se nos pasan por la mente y cómo nos pueden derrumbar. Es justo en esos momentos difíciles cuando, particularmente, medito sobre mi misión como persona. Es natural que se nos pasen por la mente las preguntas: ¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho para merecer esto? ¿Qué tan mala persona puedo ser para que la vida me castigue de esta manera? 

Entonces me cuestiono sobre si realmente me considero tan buena persona como para ser la hija predilecta de Dios y que Él jamás permita que me pase algo. Hace un tiempo escuché a alguien decir que creemos que, porque donamos objetos, ropa, etc., somos buenas personas, o porque no hemos cometido algún delito somos perfectos y es una ofensa que nos llamen pecadores. 

Al principio me impactaron esas palabras, pero sé que en el fondo tienen sentido. No somos nada ni nadie para juzgar a otros. Es más: considero que soy afortunada porque definitivamente esto me lleva a un nivel más alto de fortaleza y, además, está muy enlazado con la empatía. Que atravesemos una temporada de “mala racha” nos lleva a comprender a otros que pasan por situaciones similares. No se trata solo de decir: “qué pena”, “te entiendo”; cuando en realidad no es así. A veces las palabras no alcanzan. 

En tercer lugar tenemos el lado pesimista. En situaciones adversas creemos que lo que nos ocurre es un castigo que no merecemos. Sin embargo, ahora con la cabeza más fría, me doy cuenta de que es una prueba más, una pesada lo admito, pero sé que la vida me está retando para demostrarme a mí misma que soy más fuerte de lo que creo. Como diría una de mis personas favoritas: “soy como el ave fénix”. Sé que es complicado pensar así, créanme que lucho día a día para seguir pensándolo y no dejarme vencer por las preguntas de autosabotaje, pero también sé que esto no es el fin de mi mundo. Es el reinicio que muchas veces necesitamos para demostrarnos quiénes somos y de qué estamos hechos.

No se trata solo de decir: “qué pena”, “te entiendo”; cuando en realidad no es así. A veces las palabras no alcanzan. 

Por último, y no menos importante, destaco el valor de las personas que amamos y, sobre todo, que nos aman de la forma más pura. Tengo la fortuna de contar con una familia que me brinda su hombro cuando estoy más cerca del suelo, pero, además me he dado cuenta que también están a mi lado personas que, aunque no frecuentamos, están dispuestas a ofrecernos su mano amiga sin excusas y, lo más valioso, nos brindan soporte emocional. 

Lo que me ocurrió pudo haberle sucedido a cualquiera. Aunque no se trata de a quién, sino de cómo lo enfrentamos: echándose a llorar o tomándolo como impulso para resurgir entre las cenizas, aunque eso —casi siempre— signifique empezar de cero. 

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10 enero, 2024